Wednesday, July 24, 2013

Drop in classes (clases madre-hijo): la mejor opción para tener plan y estimularse juntos

Además de los indoor playgrounds y alternativas que os contaba, que siempre vienen bien para pasar las mañanas calentitos y entretenidos cuando hace frío, la mejor opción para que las mañanas de cualquier estación sean estimulantes y genuinamente divertidas para ambos (la mamá o el papá y el enano o enana) son las clases madre-hijo (les pongo este título porque creo que en España se llaman así, prometo que yo no les hubiera puesto ese nombre tan poco políticamente correcto) o drop in classes, como las llaman aquí, en oposición a las drop off. Se trata básicamente de clases para niños muy pequeñitos, a partir normalmente de los 6 meses de edad y hasta los 3 años más o menos, a las que se acude en familia, esto es, en las que el niño no se queda solito con sus profes en ningún momento sino que está durante toda la clase acompañado por el adulto que haya acudido con él. Y no se trata solamente de acompañar a tu hijo: se trata, sobre todo, de participar en la clase y convertirse uno en la fuente principal de aprendizaje y diversión del enano, pero además sin demasiado esfuerzo, ya que el o la profe es quien se encarga de  proporcionar las ideas y el material.
La mayoría son genuinamente divertidas para el adulto, de verdad. Y suelen estar muy bien pensadas para niños tan pequeños, en el sentido de que no se suele esperar de ellos que sigan instrucciones o aprendan contenidos concretos, sólo faltaba. En realidad lo único que ocurre en estas clases es que se les proporcionan a los niños instrumentos o aparatos que sirvan de juguetes, ideas para jugar con ellos y la oportunidad de ver muchos adultos haciendo cosas divertidas a la vez. La gimnasia, la música o el arte son meras excusas, y eso es lo que hace que estas clases funcionen. Sé que hay gente que piensa diferente, pero no es mi caso. Yo esperaba de estas clases, y es lo que podéis por tanto esperar vosotros también de las que aquí os propongo (al menos de las que recomiendo por experiencia propia, claro está), entretenimiento para los dos y más oportunidades de interacción con el enano de las que yo era capaz de generar sola. Eso sí, resultan bastante caras, como todo lo demás en esta ciudad. Todas rondan los 25 dólares/hora (aunque se pagan por semestres enteros, en uno o dos pagos)

Las opciones más recomendables en Park Slope o de relativamente fácil acceso desde allí son:

-Kidville (Union street en Park Slope, aunque tienen varias franquicias más repartidas por la ciudad, una de ellas en Carroll Gardens): en este centro, además de la mejor alternativa al preschool para dosañeros que yo he sido capaz de encontrar, ofrecen drop in clases de todo tipo para niños desde los pocos meses de edad hasta los 5 años: gimnasia (mucho mejor planteada que ninguna de las otras dos opciones que recojo en esta página, aunque sea sólo porque las instalaciones, aunque en un espacio más pequeño, resultan mucho más divertidas para los enanos), música, pintura, baile... sólo he probado las dos primeras (Rockin' Railroad en el primer caso), pero las dos las recomiendo efusivamente. Lo que decíamos: los peques disfrutan de verdad y los adultos...pues también. Un truco para probar diferentes clases antes de matricularse de todas es que cuando uno falta a una sesión, sea por la causa que sea, tiene derecho a recuperar una hora en el centro (esta política es común a todos los centros que recojo en esta página), pero, en el caso de Kidville, esta hora puede corresponder a cualquiera de los cursos que ofrecen, de manera que uno tiene la oportunidad de probarlos y sobre todo de observar cómo reacciona su hijo/a antes de elegir el siguiente.

-The Little gym: situado en Brooklyn Heights (pero muy accesible desde Park Slope en tren -a Jay Street o Borough Hall- o en autobús -B61 y B63-), The Little Gym es otra opción de clase de gimnasia que recomiendo encarecidamente. Aunque me gustó más la de Kidville, como las mañanas son muchas (todas las clases de todos los centros, sin excepción, tienen lugar una vez a la semana, en sesiones de unos 45 minutos), Mateo y yo seguimos acudiendo a The Little Gym hasta el final de nuestra instancia, porque allí también se lo pasaba estupendamente. El local es increíble, con mucho espacio, luz y aparatos adaptados, y la clase era todo lo libre que mi hijo necesitaba (insisto que si lo que queréis son clases con algo más de disciplina, yo no tengo demasiada experiencia, porque no eran lo que buscaba, aunque si buscáis más abajo en el apartado de clases que no he probado os puedo facilitar alguna pista): baile en grupo, juegos con aros o pañuelos, tiempo libre de juego por el gimnasio, pelotas, pompas...

-Hootenanny Art House: en un local mucho más modesto (una pequeña aula vacía con una acogedora moqueta) tiene lugar la mejor clase de música de todo Park Slope. Se llama Music Together, y consiste en hacer música, cantar y bailar junto con nuestros bebés. Sí, esta clase funciona desde que tienen seis meses y hasta quizá los dos años y medio, sin que uno sepa muy bien por qué. Sobre todo si es la de Pete (la única que conozco, pero creedme, asistí 6 o 7 trimestres seguidos y no se me ocurrió en ningún momento probar otro profe en alguno de ellos): él sabe como hipnotizarlos y hacerles bailar y aporrear tambores desde que son minúsculos. También tienen clases de arte que tienen muy buena fama, pero nunca las probé por la falta total de interés que mi hijo mostraba hacia las manualidades en general. Si a vuestros hijos les interesa yo no dudaría en probarlas. Aunque hay varios profes de todas las clases la escuela la dirigen el propio Pete y Kira, su mujer, quien está a cargo de muchas de las clases de arte. Son un matrimonio encantador, con mucha carisma como profes y comprometidos con la ciudad y el barrio. Si uno forma parte de la escuela como alumno pasa a formar parte de una comunidad que no sólo limita su actrividad a las clases. Organizan fiestas y todo tipo de eventos los fines de semana para acudir en familia, muchas veces con fines benéficos. Una joya de sitio para conseguir hacerse un huequito en el barrio, vaya.

Y ahora vamos con el resto de la oferta de clases de este tipo por el barrio que conozco y os describo para que cotilleéis, pero que no puedo recomendar por no haber asistido a ninguna personalmente:

- Powerplay: aunque no conozco de primera mano estas clases de gimnasia os puedo decir que están muy bien equipados y que se trata de una opción que busca un grado mucho mayor de disciplina en los niños que aquellas por las que yo me decanté (en las cuales era del todo inexistente, vaya), y como para gustos colores, siempre está bien comentarlo. Se encuentra en el mismo establecimiento que una de las mejores zonas de juego interiores de los que os hablaba en la entrada correspondiente.

-Brooklyn Arts Exchange: este centro de danza que reúne clases para todas las edades, el trabajo de profesionales y performances en vivo de todo tipo tiene muy buena fama en el barrio, y cuenta con clases de movimiento y gimnasia para los más pequeños. Tenéis toda la información aquí


-Artscetera: en este centro situado en Cobble Hill se imparten clases de música desde el nacimiento y arte desde los 20 meses. También ofrecen la opción de ir simplemente a jugar durante una hora. Pinchad en este link para obtener toda la información.

-YMCA (calle 9 en Park Slope, aunque hay otro justo al lado de The Little Gym, en Atlantic avenue en Brooklyn Heights): en estos centros se imparten un montón de clases para compartir con los enanos (gimnasia, movimiento, arte, teatro, juego dirigido...tenéis toda la lista aquí). Aunque hay que ser socio para poder acudir a cualquiera de ellas, con la cuota mensual (unos 80 dólares al mes) se obtiene el derecho a acudir a muchas (la mayoría), así como a utilizar las piscinas interiores todo el año y la zona de juego con monitores (pero sin padres, ojo) hasta hora y media al día (en esta lista figura como "child watch").


Friday, March 22, 2013

Y a veces, además, nieva...así que tened preparado el trineo

Y no me refiero a que caigan copos durante tres cuartos de hora, como en España, que también pasa de vez en cuando, claro. Me refiero a que, además y más de vez en cuando, cae una de esas nevadas propiamente dichas que no solamente cubren todo el suelo de la ciudad, sino que, evidentemente, también lo hace del de sus enormes parques... y hala. De pronto, en pleno invierno, el que se tenga más a mano se convierte en el plan estrella del día siguiente. Todo el mundo está allí (todos los que tienen hijos, pero también los que no, así que es casi mejor que no caiga en fin de semana, os lo aseguro). Y vosotros no vais a ser los que os lo perdáis, claro.

Y, como os aventuraba en el título del post, sí, la actividad más codiciada los días de nieve es lanzarse en trineo. Aprovechando las mejores  para ello, niños y no tan niños organizan verdaderas pero rápidas colas para deslizarse ladera abajo. El problema es que, si la nevada te pilla desprevenido, puedes encontrarte en pleno parque de atracciones sin saber explicarle a tu hijo por qué él no tiene trineo como los demás. Así que si vais a pasar un invierno completo en Nueva York (un par de buenas nevadas están aseguradas al año, al menos mientras el cambio climático lo permita), hacedme caso y preparaos para la ocasión, que llegará de buen seguro sin avisar:

-Compraos un trineo, claro, que ninguno de los que merece la pena comprar si es para tan pocas ocasiones cuesta más de 15 dólares, conque eso, que la merece. Los baratos, los idóneos para principiantes como nosotros, son básicamente de dos tipos: los de plástico y los hinchables. Los de plástico los he visto en todos lados, aunque que ahora mismo recuerde están el Target de Atlantic,  las tiendas de bricolaje de Court Street (en Brooklyn Heights) y  la juguetería de la séptima avenida con Carroll, una con pinta de todo a cien. Los hinchables sólo se los he visto a la gente, y tienen pinta de venderlos en sitios con cosas de esquí, aunque seguro que en Amazon los tienen (algún día debería escribir una entrada sobre el tema, aunque me da pereza hacerles publicidad. En este país hay muchísimas cosas que sólo venden en Amazon, o al menos que todo el mundo compra allí, es increíble). En fin, que me voy del tema. Los hinchables se parecen a las colchonetas de la playa en su tamaño, aunque tienen asas para agarrarse. Son por tanto para más de una persona, idealmente adultos o niños mayores (aunque, como cae bastante más despacio que los otros, estos últimos suelen inclinarse por el plástico), pero mucha gente con niños muy pequeños lo que hace es tumbarse bocarriba con el niño encima. Como van despacito, suelen tener éxito con los bebés y unañeros. Los de plástico son, al menos la mayoría de los que la gente compra, de tres tipos a su vez: los que son para niños de hasta 3 años, con cinturón y cuerda para tirar de ellos; los tipo "plato", redondos con dos asas a los lados; y los tipo "barca", alargados, para dos personas, colocadas una detrás de la otra. La mayoría de la gente tiene uno de los dos últimos tipos, porque, aunque el crío sea muy pequeño, siempre te puedes tirar con eĺ. Pero la ventaja del primero es que hace posible la otra actividad favorita de los más enanos: ser arrastrados por papá o mamá por los caminos del parque, simplemente paseando, o cogiendo velocidad y llegando a derrapar por el mero placer de hacerlo. Nosotros compramos dos trineos, el de peques y el redondo, con la idea de usar este último nosotros (que esa es otra, si sólo compráis trineo para vuestros hijos os moriréis de envidia, os prevengo desde ya). Mateo al principio sólo quería ser arrastrado, le encantaba, nunca tenía bastante. Tirarse por la ladera le imponía mucho, y se negaba a bajar en su trineo él solo. Pero de pronto probó a bajar en el grande con uno de nosotros... así que resultó una buena decisión, porque para que el enano probara a hacer todo al final hicieron falta los dos. Si vuestro hijo o hija es más valiente que el mío igual con el de peques os basta, pero ya os digo que es una pasada poderles además llevar en trineo por el parque y dejar el carrito en casa.

-Llevadles al parque con pantalones y botas de nieve, para que no acaben tiritando empapados y convirtiéndose todo en una experiencia muy desagradable. Vosotros llevad botas también. Por si no os lo habéis planteado todavía, ya os digo ahora que no hablo de comprar todo esto como un gasto ad hoc para jugar en la nieve, sino que lo tendréis en casa si estáis pasando el invierno allí. Pensad que algunos días son tan fríos que es aconsejable hacerse con unas buenas botas y pantalones de nieve para los niños al principio del invierno de cualquier manera (este último tuvimos diez días seguidos con una máxima de -8, conque os aseguro que resultan muy útil, sobre todo para estar tranquilo si vuestro hijo o hija es de los que no se queja con el frío, como el mío).

-Buscad la ladera apropiada: no vale cualquier cuesta del parque para pasarlo realmente bien. Las laderas sin muchas ramas y con la inclinación perfecta no abundan, y, aunque son fáciles de reconocer si ha nevado mucho porque la gente se acumula en ellas, a veces, cuando la nieve no es tanta, el público escasea más, y si no se conocen de antemano puede resultar difícil hacerse a la idea de dónde puede deslizar bien un trineo. Aquí  tenéis una lista de sitios considerados perfectos para tirarse con el trineo en Brooklyn, si bien me gustaría añadir nuestro propio descubrimiento dentro de Prospect Park, que veo que no aparece en la lista: si entráis por la esquina de la calle 15 con Prospect Park West, y una vez dentro del parque cogéis el camino paralelo a Prospect Park Southwest, pronto llegaréis a una gran ladera, llena de gente si hay suficiente nieve, que es de lo mejor que hemos encontrado nosotros. Os adjunto una foto, para que la reconozcáis, aunque no tiene pérdida si seguís el camino que os decía. La foto es de un día de primavera en la apenas había trineos ni nieve, pero vale para que os hagáis a la idea.

Y básicamente eso es todo. Hacedme caso y preparaos: comprad vuestro/s trineo/s y esperad. Bueno, no, eso no es todo, claro: id dispuestos también a hacer el mejor muñeco de nieve de la historia, a tirárosla a la cabeza o incluso a construir castillos con ella (si vuestros hijos se divierten con la arena, llevad sus cubos y palas, con nieve todo es mucho más divertido). En alguna tienda he visto incluso un cubo para hacer ladrillos de nieve y poderte hacer tu propio igloo... y este invierno ha tenido mucho éxito entre los vecinos del parque. ¡Las opciones no se acaban nunca!

Thursday, January 24, 2013

Trucos para moverse por Nueva York en transporte público con niños en edad de carrito

Esta es una de las entradas que escribo motivada por el hecho de que me hubiera encantado saber todo lo que os voy a contar antes de llegar a esta ciudad, y no haberlo tenido que aprender a gritos y empujones. ¿Es accesible el transporte público? Si no lo es, ¿es siquiera posible viajar en el metro con un carro de niño? ¿Y aconsejable? ¿La gente lo hace? Y el autobús, ¿permite llevar los carros abiertos? Todas estas preguntas y otras seguramente de origen más humorístico-paranoide me las hacía antes de llegar aquí, porque de su respuesta dependían decisiones mucho más importantes. En Barcelona prácticamente todas las estaciones de metro tienen ascensor, y en los autobuses va todo el mundo con el carrito abierto y el niño dentro... y eso hace que resulte razonable, por ejemplo, embarcarse en actividades diarias que se encuentren a una cierta distancia de casa, así como plantearse otras más excepcionales a una ya considerable. Pues eso: decisiones  importantes. Y la cuestión es que se trata de una información que a nadie se le ocurre facilitar (al menos no en un sitio que yo lograra localizar en su día, que hace mucho que lo intenté). Ni siquiera en los libros para turistas con niños ni en la web de la MTA. Así que mirad, os cuento aquí mi experiencia y al menos así quedará plasmada en algún sitio.

El metro: sin duda, la mejor forma de moverse por esta ciudad. Es antiquísimo, y por tanto algo ruinoso en su aspecto, pero sorprendentemente eficiente. Al principio cuesta un poco acostumbrarse a cómo funciona (trenes exprés, trenes locales, muchas líneas por el mismo andén, algunas que cambian de recorrido los fines de semana...), así como a la frecuencia de algunas líneas locales (a veces en pleno día los trenes pasan con intervalos de 12 minutos), pero, una vez superado el choque cultural, se descubre una de las redes más rápidas y prácticas del mundo. De ahí que, para disfrutar esta ciudad y de todas sus posibilidades, resulte totalmente crucial tener un método propio de viajar en metro con los niños. La cuestión: dada la antigüedad de las infraestructuras prácticamente ninguna parada cuenta con ascensor. Ni con ayuda alguna para conseguir acceder al andén con todos los kilos que pesan el carrito y el niño juntos, vaya. Aunque la cosa no es tan grave como suena: la mayoría de las paradas se encuentran a escasos metros de profundidad, con lo que el problema se suele reducir a dos o tres tramos de escalera como máximo (en el caso de la estación que está más cerca de nuestra casa, sólo 1), ya que además, fuera de downtown Manhattan,  desde la calle se suele acceder directamente al andén, sin pasar por plantas intermedias (razón por la cual hay que asegurarse de meterse en la boca que corresponde a la dirección correcta, por cierto).

Pero vamos al grano: ¿cómo hace la gente para superar estos tramos, por pocos que sean? Bueno, en realidad no hay mucho que contar, básicamente cargar con los carros, aunque sí es interesante conocer varios trucos para hacer de esta inevitable carga una lo menos traumática posible:

- Prácticamente nadie usa capazos, hasta que el peso resulta excesivo todo el mundo lleva a los recién nacidos en mochilas.
-Cuando los críos se mantienen en pie se suelen comprar las típicas sillas que se cierran como un paraguas, pero no las duraderas como es costumbre en España sino las más ligeras, las que no tienen nada de nada, ni capota (cuestan 20 dólares en algunas tiendas de 99 cents, o en el Toys are Us, o en el Target). De esa manera se puede llevar al niño en brazos y la silla un poco colgando de una mano.
-Aún así, mucha gente lleva sillas más o menos pesadas y carga con ellas, evidentemente. Cuando es el caso lo que suelen hacer es buscar recorridos accesibles, que, aunque no son muy numerosos, los hay. A veces se pueden encontrar recorridos con ascensor simplemente viajando a paradas próximas a la que era nuestro destino, o realizando más transbordos, porque las paradas grandes que funcionan de intercambiadores, con muchas líneas, suelen tener. Esto es sobre todo útil cuando se viaja al centro de Manhattan, ya que allí sí hay tantas paradas con ascensor que es perfectamente posible viajar siempre a una. En la página de la MTA, en el buscador de itinerarios, se puede restringir la búsqueda a paradas accesibles.
-Un truco no ya para no cargar, pero sí para atravesar la zona de torniquetes con el carrito: la manera prevista es pedirle a la persona que esté en el quiosco de los billetes que abra la puerta de emergencia, una puerta que siempre está, pero que sólo se abre desde dentro y que hacen sonar una alarma de lo más desagradable mientras está abierta (pero que todo el mundo usa para salir del metro, de todas maneras). El problema es que no siempre existe tal persona (o el quiosco, siquiera), y que, cuando está, no suele ser ni mucho menos un derroche de simpatía y de ganas de ayudar, por no hablar de que, esté del humor que esté, te hará pasar la tarjeta y hacer girar el torniquete antes de abrirte, de manera que consiga ver que realmente lo haces en medio de lo que normalmente es una multitud (vaya, que la operación completa suele llevar en torno a los cinco minutos). Así que lo que yo y el resto del mundo hacemos es dejar a los peques en el carrito junto a la puerta, entrar con la tarjeta por el torniquete con normalidad y abrir nosotros ésta desde dentro, de prisa y sin mirar atrás, por si acaso al/la susodicho/a le apetece explicarnos por qué todo lo que acabamos de hacer es de todo punto innecesario, con lo bien pensado que está todo.

El autobús: aunque para largos recorridos los autobuses son completamente inútiles (caracteriza a sus conductores una sorprendente pachorra a la hora de gestionar el infernal tráfico de la ciudad y las originales ocurrencias de los pasajeros que los hace lentísimos y bastante impuntuales), si la distancia que se quiere recorrer es corta son de agradecer porque resultan mucho más accesibles que el metro, simplemente debido a la evidente ausencia de escaleras. De ahí que, como muchas de las actividades diarias que tenemos Mateo y yo no se desarrollan más allá de la frontera de Park Slope, mientras el uso del carrito era inevitable él y yo nos movíamos básicamente en autobús (que ésa es en realidad la acción imprescindible aquí: deshacerse del carrito en cuanto se pueda, y entonces volver al metro para todo, claro). Porque no, no es tampoco la opción perfecta para moverse con niños, y no sólo por su relativa ineficiencia: al subirse al autobús hay que sacar al crío, plegar el carro y llevar uno y otro en brazos, porque además no se puede dejar el primero en ningún sitio que estorbe. Todo facilidades, vamos :)

Los trucos para sobrellevar tales obstáculos son básicamente los mismos que para ir en metro: nadie lleva otro carro que no sean sillas plegables (los peques peques van en mochila), éstas suelen ser extremadamente pequeñas (posición oficial de las nannys de barrio en el 63: sentadas, piernas abiertas, silla plegada en una mano y entre ellas, niño en un muslo sujeto con la otra y comiendo galletas). Pero vaya, que, como decía en el caso del metro, siempre hay valientes que entran con un maxicosi y dejan al bebé al cuidado de algún extraño mientras colocan las ruedas donde pueden y pasan la tarjeta por la maquinita.

Y que no se me olvide: haceos las víctimas, o pedid directamente que os dejen el sitio, lo que os cueste menos. La solidaridad brilla bastante por su ausencia, y viajar con el niño en brazos y el carro en la mano es un auténtico infierno. Y otra cosa: si podéis evitar los asientos de delante, los que miran hacia dentro del autobús, mejor que mejor, porque aunque resultan cómodos están sobre un espacio reservado a gente en silla de ruedas, que sube con bastante asiduidad y le deja a uno, aunque en todo su derecho, abandonado a su suerte con todo el equipo en un autobús a reventar.

Así que hala, a disfrutar.