Thursday, January 24, 2013

Trucos para moverse por Nueva York en transporte público con niños en edad de carrito

Esta es una de las entradas que escribo motivada por el hecho de que me hubiera encantado saber todo lo que os voy a contar antes de llegar a esta ciudad, y no haberlo tenido que aprender a gritos y empujones. ¿Es accesible el transporte público? Si no lo es, ¿es siquiera posible viajar en el metro con un carro de niño? ¿Y aconsejable? ¿La gente lo hace? Y el autobús, ¿permite llevar los carros abiertos? Todas estas preguntas y otras seguramente de origen más humorístico-paranoide me las hacía antes de llegar aquí, porque de su respuesta dependían decisiones mucho más importantes. En Barcelona prácticamente todas las estaciones de metro tienen ascensor, y en los autobuses va todo el mundo con el carrito abierto y el niño dentro... y eso hace que resulte razonable, por ejemplo, embarcarse en actividades diarias que se encuentren a una cierta distancia de casa, así como plantearse otras más excepcionales a una ya considerable. Pues eso: decisiones  importantes. Y la cuestión es que se trata de una información que a nadie se le ocurre facilitar (al menos no en un sitio que yo lograra localizar en su día, que hace mucho que lo intenté). Ni siquiera en los libros para turistas con niños ni en la web de la MTA. Así que mirad, os cuento aquí mi experiencia y al menos así quedará plasmada en algún sitio.

El metro: sin duda, la mejor forma de moverse por esta ciudad. Es antiquísimo, y por tanto algo ruinoso en su aspecto, pero sorprendentemente eficiente. Al principio cuesta un poco acostumbrarse a cómo funciona (trenes exprés, trenes locales, muchas líneas por el mismo andén, algunas que cambian de recorrido los fines de semana...), así como a la frecuencia de algunas líneas locales (a veces en pleno día los trenes pasan con intervalos de 12 minutos), pero, una vez superado el choque cultural, se descubre una de las redes más rápidas y prácticas del mundo. De ahí que, para disfrutar esta ciudad y de todas sus posibilidades, resulte totalmente crucial tener un método propio de viajar en metro con los niños. La cuestión: dada la antigüedad de las infraestructuras prácticamente ninguna parada cuenta con ascensor. Ni con ayuda alguna para conseguir acceder al andén con todos los kilos que pesan el carrito y el niño juntos, vaya. Aunque la cosa no es tan grave como suena: la mayoría de las paradas se encuentran a escasos metros de profundidad, con lo que el problema se suele reducir a dos o tres tramos de escalera como máximo (en el caso de la estación que está más cerca de nuestra casa, sólo 1), ya que además, fuera de downtown Manhattan,  desde la calle se suele acceder directamente al andén, sin pasar por plantas intermedias (razón por la cual hay que asegurarse de meterse en la boca que corresponde a la dirección correcta, por cierto).

Pero vamos al grano: ¿cómo hace la gente para superar estos tramos, por pocos que sean? Bueno, en realidad no hay mucho que contar, básicamente cargar con los carros, aunque sí es interesante conocer varios trucos para hacer de esta inevitable carga una lo menos traumática posible:

- Prácticamente nadie usa capazos, hasta que el peso resulta excesivo todo el mundo lleva a los recién nacidos en mochilas.
-Cuando los críos se mantienen en pie se suelen comprar las típicas sillas que se cierran como un paraguas, pero no las duraderas como es costumbre en España sino las más ligeras, las que no tienen nada de nada, ni capota (cuestan 20 dólares en algunas tiendas de 99 cents, o en el Toys are Us, o en el Target). De esa manera se puede llevar al niño en brazos y la silla un poco colgando de una mano.
-Aún así, mucha gente lleva sillas más o menos pesadas y carga con ellas, evidentemente. Cuando es el caso lo que suelen hacer es buscar recorridos accesibles, que, aunque no son muy numerosos, los hay. A veces se pueden encontrar recorridos con ascensor simplemente viajando a paradas próximas a la que era nuestro destino, o realizando más transbordos, porque las paradas grandes que funcionan de intercambiadores, con muchas líneas, suelen tener. Esto es sobre todo útil cuando se viaja al centro de Manhattan, ya que allí sí hay tantas paradas con ascensor que es perfectamente posible viajar siempre a una. En la página de la MTA, en el buscador de itinerarios, se puede restringir la búsqueda a paradas accesibles.
-Un truco no ya para no cargar, pero sí para atravesar la zona de torniquetes con el carrito: la manera prevista es pedirle a la persona que esté en el quiosco de los billetes que abra la puerta de emergencia, una puerta que siempre está, pero que sólo se abre desde dentro y que hacen sonar una alarma de lo más desagradable mientras está abierta (pero que todo el mundo usa para salir del metro, de todas maneras). El problema es que no siempre existe tal persona (o el quiosco, siquiera), y que, cuando está, no suele ser ni mucho menos un derroche de simpatía y de ganas de ayudar, por no hablar de que, esté del humor que esté, te hará pasar la tarjeta y hacer girar el torniquete antes de abrirte, de manera que consiga ver que realmente lo haces en medio de lo que normalmente es una multitud (vaya, que la operación completa suele llevar en torno a los cinco minutos). Así que lo que yo y el resto del mundo hacemos es dejar a los peques en el carrito junto a la puerta, entrar con la tarjeta por el torniquete con normalidad y abrir nosotros ésta desde dentro, de prisa y sin mirar atrás, por si acaso al/la susodicho/a le apetece explicarnos por qué todo lo que acabamos de hacer es de todo punto innecesario, con lo bien pensado que está todo.

El autobús: aunque para largos recorridos los autobuses son completamente inútiles (caracteriza a sus conductores una sorprendente pachorra a la hora de gestionar el infernal tráfico de la ciudad y las originales ocurrencias de los pasajeros que los hace lentísimos y bastante impuntuales), si la distancia que se quiere recorrer es corta son de agradecer porque resultan mucho más accesibles que el metro, simplemente debido a la evidente ausencia de escaleras. De ahí que, como muchas de las actividades diarias que tenemos Mateo y yo no se desarrollan más allá de la frontera de Park Slope, mientras el uso del carrito era inevitable él y yo nos movíamos básicamente en autobús (que ésa es en realidad la acción imprescindible aquí: deshacerse del carrito en cuanto se pueda, y entonces volver al metro para todo, claro). Porque no, no es tampoco la opción perfecta para moverse con niños, y no sólo por su relativa ineficiencia: al subirse al autobús hay que sacar al crío, plegar el carro y llevar uno y otro en brazos, porque además no se puede dejar el primero en ningún sitio que estorbe. Todo facilidades, vamos :)

Los trucos para sobrellevar tales obstáculos son básicamente los mismos que para ir en metro: nadie lleva otro carro que no sean sillas plegables (los peques peques van en mochila), éstas suelen ser extremadamente pequeñas (posición oficial de las nannys de barrio en el 63: sentadas, piernas abiertas, silla plegada en una mano y entre ellas, niño en un muslo sujeto con la otra y comiendo galletas). Pero vaya, que, como decía en el caso del metro, siempre hay valientes que entran con un maxicosi y dejan al bebé al cuidado de algún extraño mientras colocan las ruedas donde pueden y pasan la tarjeta por la maquinita.

Y que no se me olvide: haceos las víctimas, o pedid directamente que os dejen el sitio, lo que os cueste menos. La solidaridad brilla bastante por su ausencia, y viajar con el niño en brazos y el carro en la mano es un auténtico infierno. Y otra cosa: si podéis evitar los asientos de delante, los que miran hacia dentro del autobús, mejor que mejor, porque aunque resultan cómodos están sobre un espacio reservado a gente en silla de ruedas, que sube con bastante asiduidad y le deja a uno, aunque en todo su derecho, abandonado a su suerte con todo el equipo en un autobús a reventar.

Así que hala, a disfrutar.